De éxito turístico a colapso urbano
- Jesús Martinez

- 18 ago
- 2 Min. de lectura

El problema no es que vengan turistas: es que ya no queda sitio para los vecinos.
Cuando el turismo deja de ser oportunidad y se convierte en amenaza
El turismo ha sido, durante décadas, una fuente incuestionable de ingresos para muchas ciudades europeas. Pero lo que comenzó como una oportunidad económica se está transformando, sin apenas resistencia, en una distorsión urbana que amenaza la esencia misma de los lugares. Hay destinos que han alcanzado tal nivel de éxito que ya no pueden sostenerlo.
El espejismo de los números
Se celebran récords de visitantes, se anuncian cifras con entusiasmo y se diseñan campañas para atraer aún más. Pero pocas veces se evalúa el coste real. El turismo desbordado no solo afecta al paisaje urbano: tensiona los servicios, encarece la vivienda y desnaturaliza la vida cotidiana.
Una ciudad sin tejido vecinal, sin comercio local y sin ritmo propio no es una ciudad viva. Es un decorado.
La experiencia que deja de ser experiencia
Cuando las calles se llenan de colas, los bares de fotos y los barrios de maletas con ruedas, el viaje pierde su valor original. La autenticidad se convierte en producto. Y el visitante ya no descubre: repite lo que otros ya vieron, en un bucle sin profundidad ni pausa.
El turismo masivo degrada la experiencia tanto como el entorno. Y lo hace rápido.
El caso de un modelo al límite
Barcelona, Ámsterdam o Venecia han tenido que poner límites tras años de descontrol. No por voluntad política inicial, sino por agotamiento social. En Baleares, el Gobierno ha comenzado a restringir cruceros y regular alquileres turísticos. El mensaje es claro: no todo crecimiento es positivo. No toda promoción trae bienestar.
Estas decisiones llegan tarde, pero marcan un cambio de rumbo: proteger el lugar, aunque implique reducir visitantes.
Una nueva forma de pensar el turismo
La solución no pasa por cerrar ciudades, sino por abrir alternativas. Redistribuir el interés, fomentar el turismo de cercanía, limitar la presión en temporadas críticas y, sobre todo, escuchar a quienes viven en los destinos.
Porque sin vecinos no hay hospitalidad. Y sin hospitalidad, el turismo pierde su sentido.
¿Y si dejar de crecer fuera la mejor forma de cuidar?
El colapso no es inmediato, pero es constante. Si seguimos priorizando la cantidad sobre la calidad, el turismo dejará de ser una fuente de riqueza para convertirse en un problema estructural. Y entonces, lo que vendíamos como atractivo ya no tendrá nada que ofrecer.
¿Estamos dispuestos a rediseñar el modelo antes de que sea irrecuperable?
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